Sobre el cuadro “San José con el Niño” atribuido a Lorente Germán
Esta pintura es una copia del lienzo actualmente conservado en el Museo Lázaro Galdiano de Madrid, obra del taller de Murillo.
En la obra se muestra a San José, identificado por la vara florida, sentado con el Niño en su regazo, en una escena familiar llena de ternura típica del maestro sevillano. Hasta la Contrarreforma, lo más común era que la figura de San José permaneciera en un segundo plano, dado que no se le otorgaba ninguna importancia teológica. Sin embargo, a partir de Trento se recuperará su papel protagonista como protector de Jesús durante su infancia, como guía durante sus años de juventud, y como tal se representa aquí.
Frente a la ternura, indefensión y candidez de la figura infantil, San José se presenta como un personaje monumental, típicamente barroco, impresión que queda reforzada por la composición piramidal. Mediante esta forma de representación, el autor realza visualmente el papel decisivo como protector del padre putativo de Jesús.
Formalmente la obra se enmarca plenamente en el barroco naturalista, con una composición sencilla y claramente comprensible, sin detalles anecdóticos que desvíen la atención. José y el Niño aparecen en primer plano, ocupando la mayor parte de la superficie pictórica, sobre un fondo neutro y oscuro. Quedan además fuertemente iluminados por la luz tenebrista propia de esta escuela naturalista, una luz de foco, artificial y dirigida, que incide directamente en el rostro y las carnaciones de los personajes dejando el resto en penumbra, creando sutiles sombras y expresivos juegos de claroscuro que modelan los volúmenes y refuerzan la ilusión de tridimensionalidad tan buscada en el periodo barroco.
Asimismo, el cromatismo es el propio del barroco naturalista, una paleta centrada en las tonalidades terrosas y carmines, con toques blancos que iluminan el conjunto sin estridencias. Se trata de un cromatismo muy diferente al del contemporáneo barroco clasicista, que utiliza grandes campos de colores clásicos, delicadamente equilibrados. En cambio, los naturalistas utilizan colores cálidos que reflejan la luz y convierten la escena representada en una imagen más cercana al fiel, buscando su identificación con las figuras o hechos narrados.
Bernardo Lorente Germán inició su formación de la mano de su padre, también pintor, y a continuación estudió con Cristóbal López. Terminado su aprendizaje aventajó tanto a sus maestros y llegó a ser tan reconocido que, cuando viajó a Madrid, le fue encargado un retrato del infante Don Felipe. Dicha obra tuvo tan buena acogida que la reina Isabel de Farnesio le regaló como muestra de agradecimiento una serie de estampas del pintor francés Charles Le Brun.
Se le propuso entonces ser pintor del rey pero Lorente rechazó el cargo por no querer ausentarse de Sevilla. Fue nombrado individuo de mérito por la Real Academia de San Fernando en 1756. En Sevilla fue conocido como “el pintor de las Pastoras”, dado que pintó numerosas veces el tema de la Divina Pastora.
Fue también el principal retratista de la aristocracia hispalense, con obras que evidencian el gusto francés imperante entonces, que conviven con otras claramente deudoras de Murillo, cuyas formas algodonosas y colores pastel, por otra parte bellísimos, acordaban a la perfección con el asunto del que Ceán Bermúdez hace creador a Lorente Germán, el de la Divina Pastora.
Sus obras más conocidas se conservan en la cartuja de Jerez de la Frontera, y están repartidas por numerosas iglesias de Úbeda y Baeza, así como en la catedral de Jaén, en el Museo del Louvre en París y en el de Bellas Artes de Sevilla. También realizó bodegones y escenas de género, y llegó a ser un consumado maestro del género del trampantojo.