Vemos en este lienzo los desposorios de María y José en el templo, en una composición clásica, centrada y equilibrada, de herencia italiana. Los esposos aparecen uno frente al otro tomándose de la mano, ligeramente girados hacia el espectador y rodeados de testigos, delante del sacerdote que aparece de pie tras ellos, centrando la composición. La escena tiene lugar en un rico interior minuciosamente descrito y trabajado siguiendo las leyes de la perspectiva clásica, remitiendo a modelos italianos del siglo XVI. Por sus características formales podemos relacionar esta obra con la mano del pintor y grabador barroco de la escuela sevillana Matías de Arteaga y Alfaro. Este artista supo recoger e interpretar con personalidad propia la doble influencia de Murillo y Valdés Leal. Hijo del grabador Bartolomé Arteaga, siendo aún un niño su familia se trasladó a Sevilla, donde se formaría en el taller paterno y en contacto con Murillo, cuya influencia revela su obra temprana junto con la de Valdés leal, quien se estableció en Sevilla el mismo año que Arteaga aprobaba el examen de maestro pintor, en 1656. En 1660 figuró entre los miembros fundadores de la célebre academia de dibujo promovida por Murillo, entre otros, de la que ejerció como secretario entre esa fecha y el año de 1673. En 1664 ingresó en la Hermandad de la Santa Caridad y dos años después en la Sacramental del Sagrario de la catedral sevillana, para la que realizó algunos trabajos. Hacia 1680 hay también constancia de su trabajo como tasador de pinturas. Fallecido en 1703, el inventario de los bienes dejados a su muerte revela un modo de vivir acomodado, disponiendo de una esclava y una casa grande y bien amueblada, que contaba con una mediana biblioteca con importantes libros en latín y castellano y un estudio de grabado, además de más de ciento cincuenta pinturas, casi la mitad de asunto religioso. Entre ellas se hallaban cuatro series de la Vida de la Virgen, de algunas de las cuales se decía expresamente que contenían vistas arquitectónicas, como las que vemos en esta obra y en las conservadas en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Lo más característico de su peculiar estilo son precisamente estas series de asuntos siempre religiosos, situadas en amplios paisajes y perspectivas arquitectónicas tomadas de estampas. Hábil en la creación de estas profundas perspectivas, diestramente iluminadas, sin embargo en el tratamiento de las figuras y sus expresiones corporales suele desenvolverse con cierta torpeza. Arteaga está representado en el citado museo hispalense, diversos templos sevillanos incluyendo la catedral y el Museo Lázaro Galdiano, entre otros.