Paisaje MANUEL GARCÍA Y RODRÍGUEZ - Antigüedades Conde de Aranda
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Paisaje
MANUEL GARCÍA Y RODRÍGUEZ

(Barcelona, 1874 – 1945)

VII Bienaventuranza – Pintado en 1925-27

“Bienaventurados los pacíficos por que ellos serán llamados hijos de Dios”

Óleo sobre lienzo en forma de luneto

Medidas: 120 x 242 (marco: 132 x 254)

Óleo con paisaje de la localidad de Sanlúcar de Barrameda, realizado por el pintor sevillano Manuel García y Rodríguez, activo entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX y con importante presencia en museos españoles como el Museo Thyssen de Málaga.

Su formación inicial tuvo lugar en el taller del pintor José de la Vega Marrugal en el marco de la pintura romántica sevillana de la época y con un estilo minucioso y descriptivo con un alto grado de realismo, una forma de trabajar muy en consonancia con el método la Academia Libre de Bellas Artes de Sevilla, de la que también formaría parte.

También recibirá en sus inicios la influencia de otros pintores significativos de la época, como Eduardo Cano, Manuel Wssel de Guimbarda o Emilio Sánchez Perrier.

A lo largo de toda su carrera, la producción de Manuel García y Fernández se centrará prácticamente en exclusiva en la pintura de paisaje y el costumbrismo andaluz y en su primera etapa es la ciudad de Sevilla su máxima inspiración, con creaciones cargadas de luz, ensoñación y exotismo que recuerdan a la obra del gran Mariano Fortuny. Muchas de estas piezas formaron parte de certámenes y exposiciones a los que se presentaba con frecuencia, como la la Exposición Universal de Barcelona de 1888, la Exposición Universal de París en 1889, en 1893 la de Chicago y de forma habitual en la Exposición Nacional de Madrid, donde obtuvo medallas en varias ocasiones. Estos reconocimientos unidos a la adquisición de una de sus obras por el Museo de Arte de Barcelona en 1891 y la venta de otra pieza en la Exposición Internacional de Berlín convirtieron a Manuel García y Rodríguez en una de las figuras más valoradas de la escuela sevillana del momento y le dieron cierto reconocimiento internacional.

En los últimos años del siglo XIX y las primeras décadas del XX sus paisajes se amplían a otros lugares como la costa de Cádiz, el Puerto de Santa María, Rota, el Albaicín granadino o Sanlúcar de Barrameda.

El lienzo que nos ocupa constituye un ejemplo de madurez del pintor (1914) y en él se aprecian ciertos rasgos de evolución con respecto a sus primeras pinturas. García y Rodríguez nos ofrece una combinación de paisaje urbano y natural, en el que la ciudad y sus casas quedan relegadas al fondo, bajo un cielo que se torna oscuro dando una sensación de profundidad, inestabilidad y de cierta melancolía. El resto de la superficie pictórica está dedicada a la naturaleza. Un tronco de árbol ocupa un primer plano que comparte con el inicio de un camino que divide la composición verticalmente y se desliza sinuosamente hacia el fondo, dirigiendo la mirada del espectador a las figuras que están en el fondo: dos hombres a caballo y una mujer que les acompaña de pie, con una vestimenta que casi sin duda es la de una gitana.

Los efectos lumínicos que crea aprovechando todas las figuras de la superficie son muy sugestivos. Por un lado, ilumina fuertemente desde la izquierda el segundo plano de la obra, con una luz muy dirigida y que crea unas delicadas sombras sobre la colina escalonada del fondo. Por otro lado, nos ofrece un primer plano más sombrío y oscuro, recurso que contribuye a situar al espectador en una zona frondosa, tal vez un bosque.

Manuel García y Rodríguez muestra su evolución artística a través de una técnica más novedosa que en sus primeras obras, algo que se precia de forma clara en el tipo de encuadre, muy influido por la fotografía y que proporciona sensación de inmediatez e instantaneidad: un árbol con la copa cercenada y que con su tronco, en el primer plano, tapa de forma parcial la figura de la mujer. También se parecían diferencias en la técnica y la pincelada, mucho más suelta que en los inicios, con volúmenes mucho más desdibujados, creando atmósferas envolventes de una forma mucho más sutil que en el realismo detallado de la escuela sevillana del siglo XIX. No obstante, la lectura de esta escena está aún muy en consonancia con el concepto romántico de la insignificancia del ser humano ante la inmensidad de la naturaleza y la melancolía de la contemplación de la ciudad al fondo, llena de esperanza, recuerdos o secretos para los personajes.

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